- LEYENDA

Los habitantes de la región no demuestran la menor inclinación a aventu­rarse en escalada en un territorio que todavía creen habitado por fuerzas misteriosas y seres  sobrenaturales. Así, los chagas por ejemplo:
creen que Ruwa, el dios del Kilimanjaro, les habla a través de las fuentes que brotan en las laderas de la colosal montaña y les proporciona agua para sus campos.
- entierran a sus muertos con la cara vuelta hacia el Kibo.
- los niños, después de una granizada (un fenómeno sumamente raro en este lugar) recogen puñados de granizo y se lo ponen sobre la cabeza remedando la imagen del Kibo con la cima cubierta de nieve para así poder crecer altos y fuertes lo mismo que el monte.

cuando dos personas se acercan una a otra en un camino, la que viene de una al­tura mayor debe saludar la primera porque procede de una dirección más favorable. Y cuando un joven de lava, debe mirar hacia el Kibo, pues de lo contrario Ruwa arrojaría a su padre a la seca llanura de la base de la montaña.


El Kilimanjaro ha inspirado leyen­das innumerables, muchas de las cuales circulan todavía entre las gentes que viven en sus proximidades. Una de ellas, atribuida a los masai, habla de un antiguo trono guardado en Kibo. Según dicha leyenda, Menelik, hijo del rey Salomón y de la reina de. Saba, salió un día de su palacio para conquistar nuevas tierras más allá de las fronteras de su reino. El soberano logró victoria tras victoria, reuniendo grandes tesoros por donde quiera que fuera; pero, con el tiempo, se cansó de sus empresas y decidió volver a su país. Y entonces ocurrió que, al abandonar la región de la actual Tanzania, el camino que seguía se vio interrumpido de pronto por la inmensa mole del Kilimanjaro. Convencido de que el macizo era el lugar más alto de la Tierra y que por esa razón Ngai, su dios, había de vivir en su cumbre, Menelik decidió empren­der la ascensión del monte en busca del apoyo de la divinidad, pues se encontraba enfermo y tenía el presentimiento de que su [m estaba próximo.
Menelik convocó a sus más fieles y esforzados guerreros para que le acompaña­ran hasta las proximidades del cráter, hasta el lugar de las nieves perpetuas. Pero desde este punto continuó solo, llevando consigo sus más preciados tesoros. Cuando alcanzó la cima, Menelik cayó en brazos de Ngai. El dios lo acogió amorosamente y lo llevó a un trono que había preparado especialmente para el animoso y emprendedor soberano. Y en el preciso momento en que se sentaba en él, Menelik recobró súbitamente su salud y su vigor.
Dicen que Menelik reina allí todavía, mostrando su benevolencia hacia cualquiera que escale el Kilimanjaro en honor suyo. Pero su tesoro continúa siendo inviolable, enterrado profundamente en el hielo y bajo el ojo eternamente vigilante de Ngai. Desde entonces y hasta nuestros días, todos los escaladores que se aventuran en el interior del cráter ven un solitario y extraño pinácu­lo de hielo que se yergue, enigmático, en medio de restos de lava. Nadie sabe exacta­mente lo que es…
Pero todo el mundo quiere creer que este mudo y gélido monumento no es otra cosa que aquel fabuloso trono ofrecido a Mene­lik y que sigue en pie, eternizado, con la vida que le diera una leyenda.